viernes, octubre 13, 2006

 

LAS CALLES DEL VIENTO. 2.004

LAS CALLES DEL VIENTO
Colección CantaRana . Textos de Literatura
Primera edición: Tuluá, Octubre de 2004
Titulo: LAS CALLES DEL VIENTO Autor: OMAR ORTIZ FORERO
Ilustración Portada: Carlos Maciel 'KIJANO"
Diseño e impresión: Hemando Vicente Escobar G.
ISBN: 958-97376-8-4
Derechos reservados
@ 2004 Para la presente edición por Unidad Central del Valle del Cauca - UCEVA. Institución Universitaria Pública de Formación Profesional e.mail: cimestigaciones@uceva.educo
@ 2004 OMAR ORTIZ e.mail ortizfrero@hotmail.com
"Y las calles unánimes que engendra el espacio
son corredores de vago miedo y de sueño".
J. L. Borges
Carátula (clic sobre la imagen para ampliarla)

Contracarátula (Clic sobre la imagen para ampliarla)

TEXTO EN LA SOLAPA

OMAR ORTIZ

Nació en 1950 en Bogotá, Colombia. Estudió leyes en la Universidad Santo Tomás de Bogotá. Vive en Tuluá donde ejerce su oficio de abogado, dirige la revista de poesía “Luna Nueva” y trabaja con las publicaciones institucionales de la Universidad Central del Valle, donde se desempeña como docente de tiempo completo.
Libros publicados
Poesía

La tierra y el éter, 1979
Que junda el junde, 1982
Las muchachas del circo, 1983)
Diez Regiones, 1986
Los espejos del olvido, 1991
Un jardín para Milena, 1993
El libro de las cosas , 1.995
La luna en el espejo, 1999
Los espejos del olvido, Antología, 1983-2002
Diario de los seres anónimos, 2002
Premios y distinciones
Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, 1995, por El libro de las cosas
Compilaciones
El yagé y otros cuentos, Germán Cardona Cruz, 1983
Luna Nueva, muestra de poesía latinoamericana actual, 1999

POEMAS

LAS CALLES DEL VIENTO
Tomado de http://www.poesia.org.ve/poema.php?codigo=1643

Nochero de Tuluá, perpetuo enamorado de la luna llena, el poeta Omar Ortiz ha edificado en el aire un universo para Las calles del viento, quizás como una saga de la atmósfera de aquellas diez regiones suyas donde la breva, la curuba, el durazno, el chontaduro, la guayaba, fueron signos y símbolos de un país de insomnes donde al tiempo que crecía la rosa se instalaba el olvido y donde la luciérnaga y la salamandra, por ejemplo, convivían con el sol madurando sandías y el fresco sonido del agua servía para llenar las copas del brindis por la tierra. Ahora, como en las ciudades invisibles de Calvino, emerge la fantasía de las esquinas, pasean los fantasmas, el humor negro y el misterio hacen pareja, se instalan en la imaginación, azuzan los zancudos, las monedas, las dudas, los entierros, mientras penden del viento caracoles, alfareros, claroscuros de las calles secretas que habitan el corazón de los poetas. Con él, caminemos algunas de Las calles del viento.

LA CALLE DE LOS SAPOS

Los eruditos y el vulgo se han enfrentado históricamente por su nombre. Los colegiados de la Real Academia liderados por el cronista Gardeazábal, afirman, que su apelativo deviene de su naturaleza propicia al escándalo y al bullerengue. Otra fracción, de la sabia instancia, encabezada por el catedrático Roca, dice que es una imposición del Régimen que ha hecho de sus asociados seres moldeados por la envidia y el señalamiento. Chucho Ferro, cantor popular, registra, que tradicionalmente su afición a la desvergüenza lo privilegia el hecho que unos y otros viven convencidos que son Príncipes Encantados.

LA CALLE DE LOS OLIVOS

Parece un desierto pero es en verdad una caja negra. El rabino Rubén, ya mentado en otra historia, colecciona golondrinas de metal, mariposas de hule, hormigas de celofán, mares de papelillo, árboles fósiles, flores de pizarra, hombres de vidrio, mujeres de obsidiana y con ellos puebla esa fantasmal calle que atrapa turistas y muchachas aleladas.

LA CALLE DE LAS POETAS

Dice el poeta Malatesta que sus vecinas amanecen con un poema atravesado en el gaznate, que es voceado verso a verso, de solar en solar, de tapia en tapia, puliéndose el endecasílabo, alternando los cuartetos y acomodando los tercetos, para que el soneto sea ovacionado en un museo cercano donde las entendidas del género disertan sobre la tradición oral de la fémina lira.

LA CALLE DEL AMOR

También llamada “Calle de Nuestra Señora”, es la preferida por las estudiantes de literatura que la confunden con las novelas de Flaubert, o les recuerda los desolados pasos de Miller, o las socarronas zancadas de Cortázar. Es el río con el que todas sueñan, donde los pescadores mueren consumidos como leños secos.

LA CALLE DE LA ASTROMELIA

Podemos darnos el lujo de hablar de ella, porque por extraño que parezca esta calle no pertenece del todo a la tierra. Allí cincela y teje la dulce Milena, mientras cultiva, desde sus ojos de luz, su particular y exclusivo jardín, un jardín donde no es prudente aventurarse descalzo ya que está sembrado de estrellas.

LA CALLE AZUL

Fue pintada por Gilberto Cerón, quien llegó desde la “Calle de la Duda” a conquistar el corazón de la poetisa Lozano. Lo que nadie sabe es si el artista es o no el vampiro que Orietta esperaba desde los tiempos de Milcíades. Por lo pronto los vecinos se hacen a enormes ristras de ajo, mientras ocultan cuidadosamente los espejos.
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DE: http://www.poeticas.com.ar/Directorio/Poetas_miembros/Omar_Ortiz.html
PALABRAS PRELIMINARES
La poesía es una golondrina. Golondrina que viste falda de colores, tiene sexo, ama, odia, se levanta con ojeras, vive en la acera de enfrente pero irrumpe en mi casa como un torbellino y casi nunca tiene lo suficiente para saciar sus apetitos. Pero vuela, vuela, porque de lo contrario se torna estática, de bronce. Y este pesado elemento sólo existe para que lo caguen las palomas. Las palomas, nada más lejano a la poesía que una paloma. Por eso cuando me envuelvo con el traje con el que pago el arriendo, mi ojo descubre esa imperceptible manchita que disparada al cielo hace que el mundo sobreviva y te escriba.

LA CALLE ÁRABE

En un rincón de esta calle, justo bajo el árbol de mamey, la bella Naizzara, ejerce como suprema directora de la Escuela del Amor. Y no se crea que las muchachas que allí acuden son iniciadas en algún ritual propio de la magia o la hechicería, no, simplemente aprenden a usar en el momento oportuno ciertas y precisas palabras.


LA CALLE DE LAS LAGARTIJAS

La preside una hermosa princesa que canta, baila y sabe de memoria el romance del Conde Sisebuto y su esposa Leonor. Su enamorado le dice Emperatriz y un antiguo cochero afirma que es la reencarnación de la Madonna de Pinto. María, su ama de llaves, la llama Madame, porque además parla el francés. Pero todo son fabulaciones, lo cierto, es que es un hada común y corriente.


LA CALLE CIEGA

Cuando los funcionarios de la empresa de energía local cambiaron los faroles de gas por las lámparas fluorescentes, olvidaron esta calle. Si pasara el poeta Nerval, en una de sus noches blancas, no encontraría donde estrenar su corbata. Pero, contrario a lo que su nombre indica, los ojos de sus cerraduras no son cegatos, ya que la pueblan millares de luciérnagas.

LA CALLE LUNA

Toma su nombre de un famoso bar refugio de ciegos y músicos cirróticos. Como es más bien una cantina ambulante, el alcohol transita por los mismos recovecos de Dios, los paseantes pueden acudir a su barra de acuerdo a sus más inmediatos deseos que casi siempre corresponden a influjos lunares. Si es Luna Nueva, por ejemplo, viene bien un sabroso anisado. Si Luna Llena, un vino tinto para ahuyentar el helaje. Si Cuarto Menguante, un mezcal con gusano y en Cuarto Creciente un güisqui irlandés como el que bebe el poeta Seamus Heaney.

LA CALLE DE LOS ZANCUDOS

Maese Apolonio Vidales tuvo a bien darle el nombre a esta calle a su costa. Sucede que estando sentado a manteles en espera de un sabroso tamal fue acosado por una nube de estos bichos que implacables se cebaron en su enorme cuerpo. Cuando ya Amanda, su hermana, acudía con un abanico en su auxilio, uno de estos mosquitos se poso en su ojo y fue tal el manotazo que se propinó Don Apolonio que a la mentada calle también la llaman “La Calle del Tuerto”.

LA CALLE SIERRA

Es la calle de los jurisperitos. En las salas de recibo una imagen de San Judas Tadeo recibe la luz de una lamparita eléctrica. Nadie sabe el porqué este hermano de Santiago, mellizo de nacimiento, pescador de profesión y vecino de Nazaret hasta ser llamado por Juan Zebedeo como el décimo de los apóstoles, se convirtió en el patrón de las cosas imposibles y en consecuencia de los letrados en leyes. Pero es lo cierto, que una vez que se saca adelante el encargo, el jurisconsulto abona al santo el diez por ciento de la asesoría.

LA CALLE MARA

Como dicen ahora es una calle multicultural y multiétnica. Por ejemplo, para los judíos es una calle amarga; Germán Cardona, dentista, afirma que es la calle del desamor; los hindúes están convencidos que es la calle de la lujuria y los incas llaman con su nombre a la calle de la suerte. Servidor sabe que es una hermosa muchacha de grandes ojos negros.

LA CALLE DEL VIOLÍN

Está hecha de rizos dorados, y en sus vecindades hay un encierro de toros de lidia que escuchan extasiados el Concierto de Brandenburgo. Al terminar la función, una niña que llaman Lorena les regala chocolates y flores de mazapán por lo bien que se portan.

LA CALLE DEL MUERTO

De nuevo los dioses del sardinel y la plomada juegan con nosotros. De todos es conocido que cualquier calle de esta geografía de sangre puede ser la del muerto. Pero según la profesora Rosalba que por allí se ayuda con un taller de costura, el nombre se debe a que el finado que velaban en la vecindad, se apareció pasadas los dos de la madrugada dándose el mismo un lloroso pésame, así de conmovido estaba por su velorio.

LA CALLE DE LA AGONÍA

Como Dios, es una calle que está en todas partes y en ninguna. Es una vía trashumante que deambula con sus corotos al hombro y que es presidida por una nube de muchachitos hambrientos que son obligados a mendigar esa aberración cristiana que llaman caridad pública. Es perseguida siempre por los señores de la guerra, unos sanguinarios personajes que es mejor no mentar porque nunca se sabe cuando comienza una masacre.

LA CALLE DE LOS VIEJOS

Es en realidad un parque, pero como alguna vez fue calle quedó la costumbre de llamarla según la antigüedad de sus contertulios. No hay en verdad mucho que contar sobre una rutinaria reunión de jubilados que juegan ajedrez, tute, y que saben de memoria quiénes han sido los nosecuántos presidentes de la república, salvo que, una vez fallecen, regresan a platicar con sus amigotes convertidos en ardillas o iguanas.

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Actualización GRA / NTC : Oct. 13, 2.006


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