domingo, septiembre 24, 2006
TEXTOS SOBRE EL POETA Y SUS OBRAS. Sept. 24, 2.006
Esquema para una lectura de la poesía de Omar Ortiz (1)
Por Julián Malatesta (2) Profesor Titular, Escuela de Estudios Literarios Universidad del Valle
Facultad de Humanidades Escuela de Estudios Literarios
(*** Texto completo de la conferencia presentada, el 20 de Septiembre 2.005, por el Poeta Malatesta en primera sesión del ciclo “VOCES REGIONALES, UNA LECTURA A LOS ESCRITORES DE NUESTRA REGION” programado por el Banco de la República, Comfenalco y Univalle. (3))
Tomado de NTC ... 188 Nos Topamos Con ... Año 5. Cali, Septiembre 21, 2.005. ntc@andinet.com , ntcgra@gmail.com
Julian Malatesta, Omar Ortiz, Judith Solarte, Juan Manuel Roca y Antonio Correa (Ecuador) enla XII Feria del Libro Pacífico, Sept. 15, 2.006 . Fotografía: archivo personal de O. Ortiz. Tomada de http://ntcblog.blogspot.com/2006_09_10_ntcblog_archive.html
Se ha dicho, no sin cierta precisión, que el poeta es un escogido, un ser extrañamente seleccionado para cumplir la misión de explorar en el lenguaje los minuciosos silos donde se guardan los gérmenes de la libertad. Esta superstición avaramente protegida por el espíritu romántico, hoy puede ser objeto de una reinterpretación que intente devolverle a la condición del poeta su naturaleza común e igualitaria frente a todos los hombres. Esa reinterpretación tendría que decirnos que el poeta no es un escogido por las deidades líricas, sino que se trata de un hombre que ha decidido voluntariamente abordar el camino de la libertad en el único territorio donde esta se hace posible: el lenguaje. En otras palabras, el poeta es quien selecciona y define su destino, y para ello hace uso de un material expresivo adecuado a la labor creadora. La poesía es su materia prima y el lenguaje ordinario su instrumento de operación contingente para la escritura poética. Con la poesía se introduce en el complejo universo de la tradición, con el lenguaje ordinario interroga su época y su historia.
De este modo, la acción creadora se definiría por una obstinada militancia en la dificultad, la conquista de la libertad es la expresión de un conflicto que quizá nunca se resuelve pero que define la labor del poeta; el conflicto que tematizara Hárold Bloom, entre denuedo, resistenda y trasfonnacíón. Actuar desde un presente histórico frente a la tradición y al mismo tiempo ser un agente de transformación del devenir literario. La poesía se hace con poesía, es con ella que se explora el mundo real, es con ella que se le instalan interrogantes al tiempo, pero simultáneamente es con este tiempo que se transforma el legado de la tradición.
Por eso es extraordinario rastrear el itinerario de un poeta e indagar el modo como se va haciendo al camino, sus maneras de acopiar materiales, auscultar sus desechos e inquirir por sus amuletos, esas palabras supersticiosamente protegidas a lo largo de su obra. Quizá sea esa la función de una antología, ofrecer al lector la semblanza de un sinuoso camino y permitir que en su recorrido éste goce lo mismo, la dificultad y la revelación.
En un primer acercamiento a la obra del poeta Omar Ortiz nos encontramos con esta constatación, el trabajo arduo de un hacedor que busca en el lenguaje los instrumentos necesarios para romper con la cárcel del espíritu. En una antología de toda su obra poética, realizada, con muy buen juicio analítico, por el poeta Juan Manuel Roca, Los espejos del olvido, nos es permitido rastrear la dura faena de la conquista de la libertad, que define la labor de todo poeta, y sobre todo identificar ese extraño conflicto que el poeta construye en la tradición.
En su primer libro. Las muchachas del círco, 1983, el poeta inicia su búsqueda de esta manera: “el de Urbina miró detenidamente al hombre que le pedía pelear bajo su mando a nombre de la cristiandad”. Intuimos que ese hombre es Cervantes, quizá el guía espiritual de nuestra labor literaria en lengua hispana. Este diálogo lo inicia Ortiz por la vía redentora de la tradición Cervantina: el humor; y es el descubrimiento de la risa lo que le va a permitir al poeta orientar su labor creadora y explorar las regiones de la infancia que siempre limitan con el dolor: «Primero fue la región de la guayaba, / la tierra de los cinco huecos, / el trompo bailador / y la bola mara... / Dicen que el sol sale por occidente, / pero tengo mis dudas, / nunca despierta las cometas/ ni calienta el agua de Vitelma.». En el libro Los espejos del olvido publicado en 1991, y que le da el nombre a esta antología, el poeta penetra los oscuros documentos de la violencia y labora en el inventario de las atrocidades. Su compromiso con su tiempo descubre una nueva mirada sobre los acontecimientos de la fatalidad e intuye en medio de la destrucción el juego mágico del amor:
3
Los trenes llegaron cargados de cadáveres
Como los ríos, cientos, miles de cadáveres
Los trenes y los ríos
No tienen memoria.
El mar y la estación los devora
Para esculpirlos en cada amanecer
Limpios y relucientes.
Sólo al amor
Le esta permitido bañarse dos veces
En el mismo río.
Ahora se combina el humor con la ironía, los dos instrumentos con los que la tradición ejecuta sus premoniciones y también con los que se hace daño a sí misma. Aquí descubrimos a un hombre enfrentado a sus demonios, al que no le preocupa los gritos de sus antecesores porque ahora enfrenta un presente que lo agobia y tiene la misión de descubrir en él un espacio adecuado para hacer pública su libertad. De algún modo, el tratamiento del presente como un material substancial del trabajo poético, cuenta con esa persistente labor que hace el tiempo, entregar todo el pasado de forma condensada y selecta en esa página ilusoria de nuestro presente. Aquí la labor de poeta no sólo se resigna a registrar esa invasión calculada de la memoria, sino que vuelve a expurgar y seleccionar de nuevo en esos materiales para obtener, quizá fragmentos, vestigios de un olvido donde el acto creador restituye la memoria.
En El Jardín para Milena, libro publicado en 1993, el poeta retorna con cierto desenfado tras la búsqueda de los viejos héroes con los que ahora intenta hablar jocosamente, este retorno es hacia el olvido, el cofre más codiciado de la memoria:
EL OLVIDO
Un niño ciego recorre un sendero
Sembrado de geranios.
Se ayuda de un bastón y los vecinos
Oyen de sus labios citas de Homero.
Quiso ser Ulises y un buen día descubre
Que un natural de Dublín lo ha suplantado.
Se enfrenta a los doctores de la Ley
y no los vence pero se solaza con ellos.
Pudo ser Cristo
O Buda
O Zoroastro.
Mas finge ser un hombre
Un hombre cuerdo.
Dicen que hace versos.
Él, no recuerda.
Se presiente el despojo, la renuncia de los harapos que hacen pesado el camino, el poeta habla sin cautela, no tiene preparativos ladinos, no posee coartadas, su dialogo es simple, pero cargado de una profunda ironía. Los héroes con los que habla, son tratados como amigos poetas, como entrañables conocidos, es decir, son despojados de sus atuendos deificadores, quizá la tradición no resista esta ofensa, pero el poeta hace así su lectura, transita con sus héroes de una otredad relativa a una otredad íntima, edifica para ellos un culto secreto, un ámbito poblado de avaras señales y místicas contraseñas que sólo el poeta descifra. Su territorio posee huellas íntimas, es el lugar donde convive el amor y la desolación, la nostalgia y la aceptación serena de lo que somos:
GEOGRAFÍA
Dichoso quien ha visto el sol
Cuando la hoja del álamo es del color del vino.
Yo no sé de primaveras ni de otoños.
Me cuentan que la nieve, a veces, huele a sal.
Sé, eso sí, que en esta geografía donde habito
Los ríos arrastran la miseria y la sangre
Que abona la mata de café antes de la cosecha.
Sé también la historia de algún árbol
y puedo vislumbrar la orquídea que muere en lo mejor del deseo.
El hacha anticipa la aparente victoria de las tumbas.
Pero en la calle hay fiesta
y la mujer que amo agota en su cuerpo las miradas
Y se ríe y me besa.
Por esta vía se aproxima a un libro elemental, sencillo y sereno como el agua que permanece en los aljibes: El libro de las cosas, 1995; un libro de recogimiento y de interrogación interior:
EL JUEGO
El niño, asume el penúltimo naipe del castillo,
Y justo, al momento de culminar su obra,
Todo vuela de un alegre manotazo.
Nosotros, asumimos la acabada torre
De los fracasos,
y desperdiciamos la ocasión
De volamos la tapa de los sesos.
El filósofo Nietzche había intuido que con el pensamiento del suicidio se ganaban largas horas de sosiego, he ahí la ironía y el fino humor de este periplo. La muerte es constitutiva del estar en el mundo consumiendo tiempo, por eso desperdiciamos la ocasión de volarnos la tapa de los sesos, preferimos un dialogo con ella en el azaroso transcurrir de los días. La muerte es una promesa que se cumple en el instante, en ese intervalo de tiempo que sólo es acto y que no tiene un origen definido ni tampoco ilustra un final. Esa intuición del instante que es sobresalto, es creadora, tiene la virtud de hacemos transitar a otra intuición, la duración. Y así, entre el acto y la puerta que abre, la duración, logramos asirnos a esa frágil cuerda que es la vida.
De esta manera podemos llegar a la Plegaria, poema que se halla en el libro La luna en el espejo, donde el poeta parece liberarse definitivamente de esa lucha con sus demonios y ahora se regocija como un convaleciente al que le permiten salir a tomar aire.
Señor,
Si tu misericordia es más grande
Que los ojos de mi amada,
Perdóname
Por amarla a ella más que a ti.
Pero sí tu sabiduría
Conoce el corazón de los hombres,
Entonces permite que me embriague
Con sus besos.
La metamorfosis del espíritu formulada por Nietzche en su Zaratustra: el espíritu en camello, el espíritu en león y el espíritu en niño, es quizá el sendero tortuoso y difícil por donde transcurre el devenir del poeta tras la conquista de la libertad. Es desde la libertad que el poeta se aproxima a la tierra prometida, lugar donde ya no habitan los nombres refrendados por la historia, cuidadosamente documentados en la tradición. Ahora se sitúa en la región de sus afectos, los seres del anonimato, los habitantes únicos del olvido. Y así nos entrega en este Diario de los seres anónimos, un conjunto de poemas que tienen la virtud de convertirlo en un médium para que a través de él estallen las voces de los personajes que se invocan.
FLORITA FRANCO
Yo también viajé por los cuatro continentes
Pedaleando una máquina Singer,
como cuentan Leonora Carrington y el poeta Roca
De algunas de sus conocidas.
Pude ser una delicada modista,
Ya que mis ojos y mis manos eran sabedores
De los secretos del lino.
Pero el señor puso en mi camino un marido infame
Y tres pequeños de ojos asustados.
Hice lo que pude, más mi obra nunca vistió mi sueño.
Por eso, preferí el silencio.
Llena de regocijo, descubrir en la poesía de Omar Ortiz, una escritura que ha vencido en el conflicto del denuedo, la resistencia y la transformación, estados del alma que suelen vivirse en la faena de la creación literaria; es decir, una poesía que se ha derrotado a sí misma y que asiste al hecho poético desprovista de artificios, sin las urgencias de la seducción, sólo conducida por el descubrimiento sereno de la palabra estrictamente necesaria, la única, la que sucede natural como el lenguaje de todos los hombres.
En el 2004 el poeta Ornar Ortiz presenta su libro Las calles del viento, un libro que podría concebirse como un ejercicio del sosiego, una estación donde el viajero se detiene a tomar aire. No hay en él ningún afán de experimentación, se halla por fuera del asombro, no quiere efectuar en el lenguaje ningún artificio, se trata sólo de un inventario de las pequeñas cosas y sucesos que de tanto en tanto le asaltan la memoria. Más parecen unas minúsculas notas que se le remiten a una muchacha para que tenga las filiaciones necesarias de ese hombre que ahora la seduce. Es un modo de contar su historia sin la rigidez de quien da cuenta de un pasado en donde debe evadir el delito o el pecado. El poeta Omar Ortiz lo hace a través de la fábula, quiere contar montado en las cabalgaduras del suceso, no como un testigo ocular, sino como quien rememora su participación. No obstante, el poeta presenta documentos que hablan de su país, que definen la geografía que habita, documentos de su paisaje de dolor, miedo y júbilo que lo define, que lo hace sospechoso y confiable, quizá culpable y ante todo libre.
LA CALLE DEL AHORCADO
El sinvergüenza Potes, prófugo de los oficiales de justicia por corruptor de menores, ladronzuelo y estafador de poca monta, hizo el camino del río Amaime hasta el sitio de la Ribera, convencido de la gracia de su pícara existencia que el muy canalla comparaba a Villón. Pero en esta hacienda fue puesto preso por un guardia cenizo apellidado Marmoleño que puso su cuerpo a pendular con la lengua al aire.
LA CALLE DEL ECO
La seño Mayito juega con los niños de esta calle mientras nombra las vocales de la tragedia. Hombres y mujeres huyeron porque las balas no respetan la sabiduría de los esforzados. Queda un rastro de polvo y algunas lágrimas redondas como el mar: La seño Mayito, improvisa una ronda y se escuchan las risas de los muertos. Es el eco, dicen, mientras la soledad se instala en la M, de miedo.
Así como se suele afirmar, con la autorización del poeta de Buenos Aires, que las metáforas ya están hechas y que la literatura es un modo de retorno sobre los mismos temas, así es posible decidir en torno a la indagación de un poeta, que el camino que ha recorrido hace un giro permanente tras la búsqueda de ese momento inicial, cuando quiso hacer mundo con las palabras y entonces fue asaltado por unos temas que habrían de decirse de múltiples formas, que habrían de repetirse a lo largo de su obra y que acontecerían como una manifestación de un viaje que sin embargo permaneció en el punto de partida.
Esta es la sorpresa que nos ofrece el libro La tierra y el éter, poemario de juventud del poeta Ortiz, facturado en 1976. Aún con la palabra embozada en las maneras de la timidez, con ganas de correr como animales sueltos y morder con fiereza, los poemas de este libro ya señalan la ruta que habría de recorrer el poeta y la que todavía sigue labrando con su escritura, veamos un ejemplo.
CORPUS
Son las seis
Yen mi pueblo
Todo es tristeza.
Dura tristeza fría,
Filosa, hiriente,
Como un puñal de jade
Sangra a mi gente.
Son las seis
Y en mi pueblo
Todo se muere.
Como mueren los ríos
Muy lentamente.
Mi gente se me muere
Falta de savia,
y los que quedan,
Viven,
Como la muerte.
Este poemario es huella que permite rastrear el largo camino. Es la palabra inicial que autorizó la marcha, pero que continúa amarrada a su origen. No en vano fue conocido en Tuluá, esa aguerrida población del poeta, que como él mismo lo afirma, es una voz quechua que significa libertad.
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(1) ORTIZ FORERO, OMAR (Bogotá, 1950). Reside en Tuluá, donde dirige la revista Luna Nueva y organiza encuentros nacionales e internacionales de poesía y cultura. Gerente cultural de la gobernación de Gustavo Alvarez Gardeazábal en el Valle del Cauca. Ganó en la modalidad de poetas mayores de 25 años el XII Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia en 1995 con “El libro de las cosas”. Mario Escobar Velásquez, miembro del jurado, escribió: «Hay una ternura casi inclasificable en estos poemas de Omar Ortiz Forero, porque se parece sólo a sí misma. Leyéndolos somos tiernos como el azul de alguna violeta que reseca y todo entre algún volumen no ha perdido su color ni la esencia de la mano que la aprisiono. Como ella, estos versos serán por siempre la ternura. Leyéndolos uno agradece a toda divinidad que siga habiendo poetas de voces irrepetibles, y que la arcaica sensibilidad que se nos dio siga bendiciéndolos: a todos y a cada uno».
Otros libros de Omar Ortiz: La tierra y el éter (1979); Que junda el junde (1982); Las muchachas del circo (1986); Diez regiones (1987); Los espejos del olvido (1991); Un jardín para Milena (1993); El libro de las cosas (1995). (Del libro: Quién es quién en la poesía Colombiana” (1.998) , http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/letra-q/quien/quien15.htm )
Corta Internetgrafía sobre Omar Ortiz y su obra:
http://www.poeticas.com.ar/Directorio/Poetas_miembros/Omar_Ortiz.html http://www.arquitrave.com/enlace4febrero04.htm
http://www.poesia.org.ve/poeta.php?codigo=443
http://www.uchile.cl/facultades/filosofia/publicaciones/cyber/cyber17/colombia2.html http://www.banrep.org/blaavirtual/letra-a/apoeta/ortoma.htm http://ca.geocities.com/el_rincon_de_nora/Poemas/omar_ortiz_forero_la_casa.htm
http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/oct2003/roca.pdf
(2) JULIAN MALATESTA, reseña biográfica y algunos poemas:
http://www.redyaccion.com/biogJulianmalatesta.htm
(3) UNA LECTURA A LOS ESCRITORES DE NUESTRA REGION
VOCES REGIONALES. CICLO DE CONFERENCIAS SOBRE LITERTURA.
Septiembre 20 La poesía de Omar Ortiz. Habla Julian Malatesta.
Septiembre 27 Harold Kremer y la pasión de contar. Habla Alejandro López.
Octubre 4 La novelística de Angela Becerra. Habla Nohora Viviana Cardona.
Octubre 11 Fernando Cruz Kronfly y la vocación de reflexionar. Habla Hernando Urriago.
HORA: 7 PM. LUGAR: CENTRO CULTURAL COMFENALCO. Cra 6ª No. 5 - 69
ENTRADA LIBRE. INVITA: EL BANCO DE LA REPUBLICA , EN PROGRAMACION CONJUNTA CON LA UNIVERSIDAD DEL VALLE Y COMFENALCO.
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ASOMADO A LOS ESPEJOS DEL OLVIDO
Juan Manuel Roca
Tomado del libro “Los espejos del olvido. Antología Poética (1.983-2.002)” Omar Ortiz. Selección y prólogo de Juan Manuel Roca. Deriva ediciones. Primera edición, Abril 2.002.
PROLOGO (Págs. 9 a 11)
Hace 19 años escribí un prólogo para el libro de Omar Ortiz, LAS MUCHACHAS DEL CIRCO. 1.983 . Allí comparaba su arte poética con la del funámbulo, pues el poeta cruza el invisible alambre de las palabras como lo hacen el volatinero o el equilibrista: lenguaje o cuerpo se ven atraídos por el abismo, seducidos por él vacío.
La poesía de Omar Ortiz ha seguido fiel a esa premisa. Su lenguaje sin alardes, el virtuoso desenfado agridulce, un lirismo vigilado, la manera como pastorea los vacíos que siempre están medrando en los linderos del lenguaje, hacen que su voz sea reconocible en el concierto - muchas veces desafinado- de la poesía colombiana.
Con toda obra poética vale la pena poner a prueba y ensayar las preguntas que propone W.H. Auden en "Las manos del teñidor". La primera tiene que ver con el andamiaje del poema: "He aquí un aparato verbal. ¿Cómo funciona?" La segunda es dé orden moral: " ¿Qué especie de sujeto habita el poema?" Y una tercera pregunta hunde sus raíces en la utopía: "¿Cuál es su idea de una buena vida o de un buen lugar?"
Si aventurara unas respuestas a las dubitaciones esbozadas por Auden, el legendario poeta de York, podría decir que los aparatos verbales de Ortiz funcionan como una maquinaria de relojería. No hay excesos, busca la palabra perdida en el pajar del lenguaje, sopesa sus ritmos y nos entrega una voz asordinada y por momentos coloquial en diversos registros que no desdeñan tampoco el lenguaje metafórico.
El sujeto que habita sus poemas es alguien que ama, que goza y exprime la vida como un limón, como el zumo de todos los limoneros y unas cuantas botellas de asombro -más que de náufrago- que siempre buscan en el azar del oleaje las playas del otro. Se trata también, de un sujeto insatisfecho siempre en un largo litigio con la precaria realidad, a la que le sigue un prontuario sin la sumisión mimética de los espejos.
Su idea de una buena vida o un buen lugar es aún más sencilla. No depende de Tuluá, donde vive y sobrevive el poeta, ni de una Arcadia feliz ubicada en los suburbios del Paraíso, ni de un blanco pueblito mediterráneo, ni siquiera de una gran urbe con su consumo de odio y de envidias, como diría el resabiado Henri Michaux. Una buena vida depende para Omar Ortiz de cosas aún más sencillas: un silencio atravesado por un río, un blues "de gata en celo", "la luz a las cuatro de la tarde" y la conciencia de que "el alma es el alambique de Dios". Y sobre todo, una buena vida y un buen lugar para el poeta están ubicados en un mapa inasible, donde los otros son continuidad del nosotros.
Cuando leo su bello poema "El espejo": No es verdad que los ojos sean el espejo del alma. / Si tal ocurriera, los asesinos caerían fulminados / y nada sucede cuando el torturador cruza y se peina, su alusión a una comunidad ciega, al complejo de Gorgona que se petrifica al mirarse a sí misma, al síndrome de Medusa o Narciso, me hace pensar que un buen lugar, que duda cabe, es el que siempre está distante de la guerra, en una patria de imposibles.
La poesía de Omar Ortiz, de la que da cuenta esta selección apretada de su obra, me deja el buen sabor de alguien que no se traiciona, y que no es traicionado tampoco por las palabras que, como las adormideras, se abren o se cierran al tacto de un buen creador.